jueves, 16 de febrero de 2017

En un mundo sin palmeras de chocolate.




Lo de ser Zen está muy bien, pero yo le veo lagunas a eso de conseguir serlo los 365 días del año. Que no se puede ver siempre todo por el lado positivo y ser tan inmensamente constructiva y tan de anuncios de colacalo. ¡¡es agotador!! Que no se puede siempre, que no. No. Y ya está, no pasa nada, lo aceptamos y le damos lugar en nuestras vidas también a la frustración que de vez en cuando nos invade, a los pensamientos negativos y a los me cago en tó. En días así poco se puede hacer para cambiarlo. 
Yo soy mucho de la cultura del automimo y de la autodedicación, me consiento pequeños placeres, sucumbo a caprichos, que no arreglan el problema, ya lo sé, pero durante ese ratito te hacen sentir mejor y nada más que por eso merece la pena. El problema de vivir en Singapur, o uno de los problemas, es que una no puede estar deprimida con una palmera de chocolate, preferiblemente de Polvillo, o a la desesperada de cualquier marca industrial. No hay, no las encuentro, es más difícil que dar con “Wally” en la página aquella de la época romana. (Creo que aquello fue el principio de mi pérdida de visión, alguien debería estudiar la relación entre buscar a “Wally” y el futuro uso de gafas y lentillas) pues eso, que vivir fuera no es solo echar de menos a la gente, no, también es aprender a vivir sin palmeras de chocolate.

Y da igual como lo adorne, que yo hoy he tenido un día de mierda, de mierda porque te sientes tú así, no ves los pajaritos cantar ni nada de nada. Estas enfadada con el mundo y no hay nada que lo vaya a cambiar, el primer paso es aceptarlo. Yo, hoy, después de obligarme a levantarme temprano y ser productiva. (Temprano en mi mundo de no comenzar la jornada laboral oficinista es estar en planta a las 9 , sé que no es un súper madrugón, ya, pero oye, cuando hay mucho sueño y no existe la obligación de fichar decirte “venga arriba” es harto difícil.) Levantarme con sueño no es algo que me ayude en mis días de estado de ánimo demoníaco así que el día no parecía fuese a ir a mejor. Después de una mañana de trabajo con la tecla, investigar y escribir, programar y preparar una clase, recordando aquello de que el trabajo dignifica, comerme cuatro uvas y un té, por la pereza también que me supone cocinar y no tener a nadie aquí para ponerme la comida por delante, cuidándome y librándome de tener que cocinar y lo que es peor, de luego tener que fregar los platos. ¡Cómo se valoran las cosas cuando no las tienes!, nunca he valorado tanto la labor de mis padres como ahora y es que hay días que prefiero no comer hasta la cena, que si me obligo a cocinar,  por tal de no tener que preparar nada. Y así, cansada, de mal humor y con hambre me he ido a dar la clase que con tanta ilusión y dedicación había estado preparando. Sí, muy pedagógica yo. Menos mal que la clase de hoy era con un niño al que no me importaría adoptar y compruebo que es allí, por primera vez en todo el día, cuando sonrío por primera vez, a pesar incluso de que llego empapada porque una nueva tormenta me pilla en el camino, como siempre, y digo siempre porque es SIEMPRE. Mi alumno me dice, con ese acento suyo y su cara de pillo, que tengo MUY mala suerte que siempre que llego o me toca marcharme empieza a llover muy fuerte. Cuánta razón él, cuanta resignación yo que me rio como si aquello me hiciera alguna gracia. Que para nada.

Tan cansada estaba hoy que ni rímel me había puesto, tan cansada de todo y de nada en concreto que ni ir a escribir a Starbucks me he ido luego para intentar encontrarme. Porque a veces pasa eso, sabes que estas harta, muy harta pero no eres capaz de verbalizar el por qué. Todo te supone un mundo, un problema y en cualquier charco te puedes ahogar. Y estas cansada, de repente, de ser como eres, de tu parte buena, de tus logros, de esforzarte, de tener que salir con tanta frecuencia de una zona de confort en la que recuerdas no se estaba tan mal, te cansas hasta de ser buena persona, y empiezas a imaginar cómo sería la vida siendo una hija de tu puñetera madre, egoísta que no mirara nunca por lo demás, que no necesitara a nadie y a quien la losa de la soledad no le aplastase el pecho los días que no sale el sol.
 Estas tan convencida que de comportándote de otra manera sufrirías menos que incluso te impartes discursos en los que te intentas convencer de cambiar de actitud, te dices muy convencida que se acabó, que, a tomar por culo, aun sin saber muy bien qué es aquello que quieres mandar al carajo. Te das cuenta también en esas conversaciones contigo misma de lo sola que puedes llegar a sentirte y te entra mucho frio dentro del cuerpo, no sabes ponerle nombre a lo que sientes, morriña quizás, desesperación, ahogo, impotencia. Rabia, que no sabes de dónde sale ni porqué está allí, pero te mira a la cara y tú la reconoces, y te asusta un poco, pues sabes que la rabia lo consume todo y se disfraza de muchos sentimientos que no son para disimular su presencia.
 Todo se mezcla y piensas en todas las cosas que te harían sentir mejor de estar en la ciudad que te vio nacer, y compruebas que aquí no hay ni una, que ni el consuelo de entrar en una cafetería llena de gente y escuchar conversaciones ajenas tienes, pues aquí no existe el bar Manolo ni la cafetería Pepi, tienes Starbucks, donde con suerte alguien levanta la vista de su ordenador o móvil pero donde no escucharás jamás conversaciones que te hagan reír con ese arte y salero que aquí ni intuyen.  Sí, tan negro lo veo hoy todo que hasta me he metido con mi querido Starbucks.
Así que cuando he llegado a casa me he comprado un libro en Amazon de alguien que siempre me hace reír y estrena novela ( Cualquier día no es un día de la semana) me he olvidado de cualquier atisbo de comer sano y me he comido unos cereales de chocolate y me he dispuesto a dedicarme a mí, a no pensar en nada, ni en clases, ni  en preocupaciones, ni en proyectos, ni en cosas pendientes por hacer, me he olvidado de lavadoras o camisas por planchar, de las pelusas del suelo que no se de dónde carajo salen con tanta rapidez, me he centrado en olvidar ese sentimiento de culpa que me invade si me tumbo a no hacer nada, como si el hecho de no estar en una oficina de 8 a 6 todos los días implicara tener siempre, siempre, que estar haciendo algo para no sentirme una gandula.  Así que me he dicho otra vez que, ¡a tomar por culo!, que han desaparecido los fines de semana de mi vida y que puedo gandulear el último trozo de tarde del miércoles y comer mierdes si eso me hace sentir mejor o menos mal. Me he dedicado a leer y comer algo que satisficiera mi hambre-ansiedad y mi capricho. A los cereales le han seguido un buen bol de palomitas. Muy loca del tó. 

Solo he hecho lo que me apetecía y estaba en mis manos hacer para mimarme y sentirme mejor, de estar en otras circunstancias habría cambiado las palomitas por Cruzcampo y las risas de la lectura por las risas en compañía.
  Y aquí podría decir aquello de que la vida es así, días buenos y días mierdes, a veces unos demasiados seguidos de otros y otras veces tan distanciados que parece no vaya a llegar nunca el cambio de torna, que todo depende de cómo queramos tomarnos las cosas y que después de la tormenta siempre llega la calma y demás. Pero es que hoy no me sale ese mensaje de positividad, hoy no me invade el halo de Jorge Bucay, porque hay veces, y no son pocas, es que simplemente las cosas nos parecen una puta mierda, porque lo son, porque nos joden y no te queda más opción que estar jodida antes de poder volver a ponerte derecha, sacar fuerzas y ganas de donde no sabes que las tienes y seguir hacia delante, y ese día es un asco y te da igual que mañana salga el sol, ese día cuesta trabajo que te cagas sonreírle a la vida. No pasa nada. No eres perfecta. Puedes y tienes derecho a sentirte mal, frustrada, jodida, impotente. Gestiónalo, mímate y cuando hayas pataleado, entonces sí, vuelve a ponerte a rímel y a decirte que mañana sin suda será otro día.

lunes, 16 de enero de 2017

No me da la vida!



Pues el comienzo del año 2017 está siendo entretenido… No me da la vida con un no parar de curro, lo cual está genial, pero me tiene algo acelerada, y me he roto un dedo del pie para darle más emoción  al tener que hacerlo todo a la pata coja.
No me he roto nada en estos 31 años por raro que pueda pareceros con tantas torpeza y caídas absurdas, excepto aquella vez que me fracturé la muñeca como lesión más significativa tras haber volcado un coche con su vuelta de campana y todo, y ahora  va y resulta que con una estúpida patada a una silla me dejo un dedo fuera de su sitio ¡espero que mi ángel de la guarda no se haya pedido de verdad una excedencia! 
Angelito no me abandones que sabes que te necesito!!

Lo que no voy a permitir que tanto ajetreo me distancie de cumplir mis objetivos anuales, que no os he dicho nada pero este año también los tengo…¿Quién no empieza el año con una lista de propósitos? Pues supongo que mucha gente, pero yo me incluyo en el grupo de los que sí que escriben una serie de objetivos que abrazar y que perseguir a lo largo de los 12 meses que comienzan en forma  de oportunidad. No es que me haga falta tampoco que sea final de año para hacerlo, la verdad, cada semana me propongo ir más al gimnasio, ( o simplemente ir) y eliminar los carbohidratos de mi vida… pero bueno, los del nuevo año siempre son como de una dimensión mayor, metas que creemos harán de verdad nuestra vida un poquito mejor, más saludable, más feliz. Si reviso mi lista del año pasado me doy unas palmaditas en el hombro y me digo yo solita “Esa Bea como mola se merece una olaa” Ueee. 
Aunque claro, como lo de rozar la perfección es de personas repelentes y yo ni pizca, sí que se repiten algunos objetivos pasados en esta ocasión…
¿Será el 2017 el año en que por fin me suelte con el inglés y pueda ser en mi versión internacional  igual de richarachera y espontánea que la española?... No hagan zapping!
Dejar de fumar no estaba el año pasado simplemente porque yo que me conozco y sabía que no era el mejor momento para hacer acopio de tanta voluntad, así que lo dejé y volví varias veces sin demasiada convicción. Este año tampoco lo incluyo, repetiré amagos y seguiré conformándome, de momento, con saberme más una fumadora social y presa del aburrimiento que una fumadora compulsiva. Para el 2018 me digo ya que sí, que sí.
Los que incluyo este año en mi lista son un poco más trascendentes y compartiré con vosotros dos de ellos para invitaros a que también los persigáis, pues sin duda creo que de lograrlos harían nuestra vida mucho más bonita.
-Quejarme menos. He intentado en más de una ocasión sumarme al reto de estar 21 días sin quejarme. Es harto difícil cada vez que decía “puta lluvia de los cojones” debía poner el contador a cero y volver a empezar. Y es que no somos conscientes de la de comentarios que llevan implícitos una queja y de lo difícil que es reeducar nuestra mente para transfórmalos en pensamientos más positivos. Estoy superconvencida de que la queja es nociva a un nivel del que no somos conscientes. No es que piense tampoco que uno no pueda reclamar, quejarse, desahogarse antes de explotar, o luchar por aquello que no es justo o que realmente es importante, pero me gustaría eliminar de mi vida las quejas menores y que impregnan nuestra vida de negatividad casi sin darnos cuenta. Volveré a intentarlo calculando con que no me coincida con estar premenstrual perdida y no me rompa ningún miembro de este cuerpecito.

Otra cosa que me gustaría tachar de mi rutina es  alejarme de la crítica, me refiero a la crítica vacía y destructiva, esa que muchas veces se cuela entre nuestras conversaciones con amigos como si fuera lo más natural del mundo infravalorar la vida de los demás desde un podio de superioridad en el que nosotros solitos nos hemos colocado. Crítica tan disfrazada de cotidianidad que ni siquiera se hace con  “mala intención”. Esa crítica que puede que sin querer guarda un “eso está mal y lo que yo digo bien”, esa que se esconde tras el sentido del humor como si se tratase de reírse de uno mismo, pero en realidad es de lo demás. No sé en que momento participar de conversaciones así dejo de parecerme importante.
shut up!!
 No me gusta, no me mola. Mi madre siempre intentó trasmitirnos que no hablásemos mal de la gente. Quiero mejorarlo.
No se trata de no opinar, de que la  critica no sea necesaria en nuestras vidas, lo es, pero la constructiva, la que suma y la que no abate,  y sobre todo, todo, me niego a seguir sumándome a criticar cosas como el pelo, la ropa, los gustos, los novios, los regalos, a menganito y fulanito, así tal cual, por deporte y sin mas fin que llenar la conversación frente a un café. Cada uno que haga lo que quiera siempre y cuando no haga daño a los demás y que los derechos de otros no pisen los míos. Hay ciertas actitudes de las personas de nuestro entorno que muchas veces nos hieren, que no entendemos, que nos afectan a fin de cuentas, y sentimos esa necesidad de compartirlo con alguien, de buscar apoyo, de reafirmar  nuestro derecho a sentirnos como nos sentimos. En muchas de esas ocasiones no pensamos en la posición en la que ponemos a la persona que nos está escuchando, obligándola a tomar partido, a que su opinión deba coincidir con la nuestra para sabernos dueños de tener razón, y si no se moja, si no opina igual,  entonces podemos atraer más malos rollos y desencuentros, rizas más el rizo y crear “bandos”. ¿Y si en lugar de buscar la crítica solo nos desahogamos? ¿Y si aceptamos que quizás la otra persona no tiene porque estar de acuerdo con nosotros y eso no implica que nos quiera o le importemos menos? ¿Y si en lugar de hablarlo con el de enfrente lo hablamos con el que tenemos el problema?  ¿No creéis que nos ahorraríamos muchos malos rollos?

Vivimos en una sociedad en la que aceptamos que existen haters! Por favor ¿hasta dónde hemos llegado? Personas que “odian” que solo se dedican a desmerecer, a hablar mal, y a pisar con su libertad de expresión a quien se les cruce por el camino… Yo lo siento pero es que me dan ganas de decir “me bajo de la vida” cuando leo, escucho o veo ciertas cosas…
Mi granito de arena será procurar pensar dos veces antes de hablar, intentar decir mi opinión sin avasallar, ni desmerecer, ser más tolerante y no olvidar que hay una gran diferencia entre opinar y criticar que parece que en muchas ocasiones lo hemos olvidado.
sí, quiero ser una niña buena. traviesa visceral y extremista, pero buena :)

Pues con esto y un bizcocho… me despido por hoy, el nuevo Blog ya está en el horno y probablemente la siguiente entrada sea desde ese nuevo huequito que viene cargado de novedades y secciones que espero de todo corazón os gusten!!

domingo, 1 de enero de 2017

Hacemos el balance de lo bueno y malo...

"Cinco minutos más para la cuenta atrás...hacemos el balance de lo bueno y malo... cinco minutos más para la cuenta atrás..."

¿Qué decir de este 2016 que ya se acaba? En el balance son tantas las cosas buenas que creo que puedo afirmar sin temor a equivocarme que ha sido uno de los mejores años de mi vida adulta. Ha habido también momentos malos, sí, pero siempre recordaré el 2016 como un año maravilloso, el año que me demostró que lo mejor si que estaba por llegar. Año de más viajes increíbles, aprendizajes, experiencias y mucho amor. Año de cumplir metas y sueños. El año en el que la salud no ha dado ningún  susto gordo a nadie y en el que echar de menos a alguien siempre tenía solución con un poco de paciencia. Año en el que me siento un poquito más mayor, más centrada...casi todo el tiempo más segura.
2016, ¡has sido tan tan bonito que no puedo más que sentirme agradecida, afortunada y consciente de que hay que atesorar todos estos momentos con mucha fuerza porque son los que hacen que la vida merezca la pena.
Recibo el 2017 con mucha ilusión, con más planes y proyectos,  con unos nervios muy grandes que ya me llenan todo el pechito, con unas ansias aceleradas porque llegue octubre, con ganas de hacer un poquito más hogar nuestra casa. 2017 aquí estoy esperandote con los brazos abiertos dispuesta a tomarme por primera las 12 uvas lejos lejos de mi Sevilla del alma, pero las tomaremos en hora española, para seguir uniendo mis mundos, para matenner calentito el corazón con los buenos deseos y sonrisas de los míos, aunque sea a través de la pantalla del movil se sentirá casi igual, y me quedo con que este año de nuevo lo comenzamos juntos... creo que nos da suerte hacerlo así porque desde que el primer beso del año es para ti no me he sentido nunca más feliz.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Eres la bruja de Blancanieves



Ya os he contado en alguna ocasión cuales son todas esas pequeñas cosillas que me encantan, que alegran mis días y me ponen el corazón contento. Pequeños placeres que me hacen ser como soy y disfrutar a tope como si de grandes cosas se tratara. Cositas que hacen mi mundo mejor por muy sencillas que sean. Las tazas, un chai te latte en Starbucks, ver series en modo droga, ir al cine, cantar Hakunamata mientras me ducho, las alitas de pollo, ir a perfumerías y tiendas de maquillaje y mirar con detenimiento todos los productos soñando con comprarlos… y así hasta una lista que casi no tiene fin. Esa es la lista de la Beatriz “que hornea pastelitos”, pero estos días de catarro, de estar en casa encerradita cual monje cartujo, de ser una cascarrabias por la falta de sueño, los mocos y la tos me han hecho ser consiente también de que hay una gran lista de millones de pequeñas cosas que no soporto. La lista de la Beatriz Madrasta de Blancanieves. Y esa aparece cuando…

No soporto el ruido de un teléfono sonando y que nadie conteste, con cada timbrazo una vocecilla en mi cabeza “matar, matar, matar”. Saca lo peor de mí, bajo una sonrisilla diabólica de contención, la gente que necesita dar golpecitos en tu hombro o en tu pierna mientras te habla, y  que además te habla sin parar y sin escuchar "¿por qué me toca oiga?"
 Los pelos enconados, conseguir que se asomen al mundo se convierte en la misión de mi vida, en mi mayor logro aunque con ello Jack el destripador admirase la carnicería que me he autoinfligido. Que el turrón de chocolate engorde… simplemente ¿por qué señor por qué? Que pongan zapatos súper rebajados de números sueltos y que todos sean para las hermanastras de la Cenicienta. La frase “no me queda nada del 37” es casi igual  de frustrante que “solo nos queda la talla S y XS” en rebajas. ¿Por qué he creído que ir de compras sería divertido? Errooor. Hay un mundo donde mujeres súper delgadas de pies grandes son inmensamente felices. La gente que de todo sabe y de nada entiende. Los “y yo más”, No, tú más nada, estoy hablando de mí hombre ya!
 La mayonesa y que en España se lo queramos poner a todo. Los pies. Que haya gente a mí alrededor cuando me estoy arreglando. Los “¿hola? Oyeee, estas viva?” y demás variedades de la gente que se ansia cuando no puedes contestar a un whatssap. Que me despierten si estoy plácidamente dormida. Que me digan lo que tengo que hacer sin escuchar lo que yo quiero hacer. Que a la ropa le salgan pelotillas. Que se me caiga el pelo y atasque la ducha. Gracias al no-príncipe que me libra de esa tarea que odio. Odio-odio, asco-asco. 
Salir de casa con la cama sin hacer. Que el eyeliner no me salga igual en ambos ojos. La envidia. Los tíos pesados que no aceptan no estés interesada y al final se vuelven bordes ante el rechazo. Pocas sensaciones más incomoda conozco que el que se te meta la braguita por el culete al andar y que el zapato se coma uno de tus calcetines a cada paso. Ponerme medias. Que se me caigan los polvos de maquillaje y se rompan. Que en los tutoriales de YouTube todo parezca fácil. Que le pongan nata a la tarta. Que se ponga a llover justo cuando tengo que salir… La gente que no tiene una teoría rocambolesca para el final de Lost y las que me miran raro cuando manifiesto mi entusiasmo y admiración con Cuarto milenio. 

Y de momento paro aquí que se me va de las manos el modo me enfado y no respiro.

Posdata: Añado a mi listas de Cosas que me hacen feliz la frase “Claro que sí guapi”, y el rap de Resines en la gala de los Goya